Foto de Archivos.-Vladimir Calderón junto a otros opositores miembros del PRC.
Miami. (Neo Club)- No son desconocidos,  son invisibles. Se les podría denominar así: La oposición invisible.  Carecen de la aptitud, de la vocación, tal vez de los recursos para  comunicarse con el exterior y alcanzar suficiente presencia mediática,  pero en Cuba constituyen la punta de lanza del anticastrismo activo. A  esta oposición invisible, evidentemente, pertenecen los 13 miembros del  Partido Republicano de Cuba (PRC), que el martes pasado se plantaron en  una iglesia de La Habana y que ahora algunos integrantes de la  disidencia mediática –estoy llamándola así no peyorativamente, sino para  deslindar con claridad los campos— pretenden desconocer o, incluso,  denigrar.
En el blog de Alana 1962, por cierto, la bloguera Ana Julia Mena demuestra  que en realidad estos del Partido Republicano de Cuba no son tan  desconocidos como algunos mediáticos quieren hacernos creer. “¿Cómo me  van a salir ahora con el desguabinamiento de que son unos recién  llegados, que no son creyentes, ni siquiera disidentes, un engendro  inventado, y que ni curas ni otros opositores los conocen de nada?”, se  pregunta, y muestra un sinfín de fotos y documentos de años anteriores  en los que destaca Vladimir Calderón, el líder de los ocupantes de la  Basílica Menor de Nuestra Señora de la Caridad. Pero aun si fueran  advenedizos, ojo, ¿qué estaban reclamando en la iglesia? ¿Acaso no  pedían lo mismo que durante años han estado pidiendo prácticamente todos  los demócratas cubanos, vivan donde vivan y piensen como piensen?
Mientras hacía periodismo independiente en La Habana, sobre todo  reportando para Cuba Free Press, yo también conocí a algunos de estos  opositores invisibles. Son gente de pueblo, como se suele decir. Llana,  simple, elemental. A ratos alguno de ellos destaca comunicativamente  hablando, pero por lo general se trata de hombres y mujeres temerarios,  con vocación de hacer, no de decir. Precisamente lo que hace falta en  Cuba.
Lamentablemente, algunos miembros de la disidencia mediática no  acaban de enterarse de esto: de que esta oposición invisible es  precisamente lo que hace falta en Cuba. Entonces sucede lo que acaba de  suceder: Miembros de la oposición invisible se plantan en una iglesia y  allá va la disidencia mediática a señalarlos con el dedo, como si fueran  la peste, como si el arrojo ajeno la cuestionara indirectamente, o la  acomplejara. ¿Se ha convertido la disidencia mediática en un oficio?
Se puede estar o no a favor de ciertos métodos de lucha –no violenta,  como es el caso–, se puede tener miedo y hasta sospechar, pero lo que  no me parece de recibo es que disidentes carguen contra opositores en  peligro, a merced del mismo régimen que los tiene a todos, opositores  invisibles y disidentes mediáticos, contra la pared. Se impone un mínimo  de humanidad y sentido común. “Todas esas organizaciones y partidos  políticos que, en la isla y en el exilio, tienen como única razón de ser  la denuncia mediática, deberían no desaparecer pero sí jubilarse, o al  menos reorientar sus funciones (…) El objetivo de la oposición no debe  ser narrar los acontecimientos, sino producir los acontecimientos”, ha  escrito el narrador y periodista Armando de Armas, y no le falta razón.
Hay que hacer autocrítica en Miami y en el exilio todo. A mucha de  esta disidencia mediática se le ha dado bombo y platillos aquí afuera,  escenario y publicidad incesantemente, descontroladamente,  desproporcionadamente, mientras que a la oposición invisible que bajaba a  la calle se le ninguneaba un día sí y otro también. Como dice el  ingeniero Dionisio de la Torre, “muchos opositores y grupos son más  conocidos fuera de Cuba que dentro y es porque pasan más tiempo en la  Internet o en llamadas con la prensa extranjera que hablando con los  vecinos”.
Es verdad que cada cierto tiempo alguien que alguna vez perteneció a  la oposición invisible ingresa a las filas de la disidencia mediática,  pero se trata de excepciones. La inmensa mayoría permanece trabajando y  arriesgándose a la sombra, metiendo el cuerpo y cogiendo los palos. A  estos anónimos luchadores el exilio debería prestarles más atención, y  menos a los que siempre andan poniendo peros, acaparando focos y  agitando jerarquías.

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