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miércoles, 27 de abril de 2011

La Lancha de Regla

Por Moisés Leonardo Rodríguez




Regla, Ciudad de la Habana, Cuba. (cubanet)- Cruzar la Bahía de La Habana el domingo en la lanchita de Regla, cuando iba con mi abuela a la casa de mi tía que vivía en ese pueblo, me proporcionaba uno de esos placeres que no se olvidan con el paso de los años. Recuerdo el olor a mar, las aves revoloteando bajito sobre el agua, los  grandes barcos anclados en la bahía, los peces que se veían bajo la estela que dejaba la lancha a su paso, los dulces y los refrescos que vendían en el embarcadero de Regla. Para mí, cada viaje a Regla era una travesía fantástica, a pesar de durar sólo unos minutos.

La construcción del socialismo, representó la destrucción de muchos de los sueños y fantasías del pasado, el empeoramiento de algunas viejas pesadillas y el advenimiento de muchas nuevas. La aventura del viaje en la lanchita de Regla fue uno de los placeres que sucumbió.

Las agradables lanchitas de madera, con asientos, dieron paso a feas e incómodas embarcaciones de hierro y sin asientos, donde se viaja de pie. Los puntos de enlace son el embarcadero de La Habana, “remozado”, y el nuevo construido en Regla, donde las ruinas del viejo emboque son hoy un depósito de piezas, motores y anclas de las lanchas fuera de servicio.

Tres custodios e igual número de policías registran a los pasajeros antes de abordar. La travesía dura diez minutos a través de las aguas de la Bahía, que hoy comienzan a mostrar una ligera disminución en la contaminación, después de haber estado durante décadas cubiertas por una enorme y pestilente mancha de aceite y petróleo.

Los agradables embarcaderos, frescos y totalmente abiertos, han sido sustituidos por asfixiantes instalaciones totalmente cerradas, que parecen prisiones y hacen sentir claustrofobia. Los pasajeros no pueden detenerse en parte alguna, sólo permanecer en cola en los oscuros y estrechos pasillos. La única nota agradable la ponen algunos vendedores particulares que ofrecen coquitos, maní tostado y alguna que otra chuchería.

El placer del viaje a Regla ha desaparecido por completo; quizás no siempre se cumpla el refrán, pero, si se trata de ir a Regla, estoy convencido de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

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