Por Mario Hechavarría Driggs
Ciudad de la Habana, Cuba. (PI)- El tema de los edificios colapsando, parece no tener fin, pero si tiene un trasfondo que bien podemos explicar. No puede negarse el ¨interés¨ de las autoridades… a última hora… intentando preservar vidas, pero aún así, la realidad de la Cuba de hoy actúa contra las mejores intenciones.
Ciudad de la Habana, Cuba. (PI)- El tema de los edificios colapsando, parece no tener fin, pero si tiene un trasfondo que bien podemos explicar. No puede negarse el ¨interés¨ de las autoridades… a última hora… intentando preservar vidas, pero aún así, la realidad de la Cuba de hoy actúa contra las mejores intenciones.
La calle Infanta, entre Zanja y Salud, es testigo de nuestra opinión, luego de dos edificios desaparecidos en este verano, con varias personas muertas lamentablemente.
El último de los infaustos sucesos es elocuente, cuando una persona murió sepultada por los escombros, en tanto otra falleció en el hospital, al lanzarse desesperadamente desde un balcón del edificio que se venía abajo.
¿Por qué estas personas encontraron la muerte, si el área estaba previamente cerrada, con claras advertencias de un inminente derrumbe y, además, ya había comenzado la demolición por parte de la institución estatal dedicada a estos menesteres?
El trasfondo está en la “búsqueda de los cuatro pesos”, como decimos en La Habana a cualquier vía informal para hacer dinero. Sencillamente, los derrumbes proporcionan materiales de construcción baratos, a veces gratuitos, pero bajo riesgo. Sólo el maná cae del cielo; o la lluvia, ¡por supuesto!...o ¡La muerte!
En la Capital abundan los vendedores de ladrillos, recuperados de cualquier escombro, cuyo precio oscila entre dos y seis pesos cada uno, con volumen superior a iguales unidades fabricadas por el estado. Es una venta por cuenta propia, servida a domicilio, según pedido previo del cliente.
Quinientos ladrillos equivalen, cálculo conservador, a tres meses de salario de un profesional. Trabajando duro, pueden obtenerse en pocas horas hurgando entre las paredes caídas de un antiguo edificio habanero. La ley del valor se impone a la utopía del socialismo.
Hay gente que se arriesga por esos pesos, pagan inclusive un porcentaje por la “vista gorda” de quienes deben vigilar el área, cuya demolición, sospechosamente, demora mucho más de lo que normalmente se espera. El final es harto conocido. No es exactamente la ley penal, es la ley de la Vida.
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