Cidra, Matanzas, Cuba. (PI)- En su inmensa mayoría las cubanas y los cubanos están convencidos de que el sistema político-económico que impera en la isla es obsoleto y hay que cambiarlo. La ciudadanía habla con frecuencia de transformaciones, pero no encuentra la forma de deshacerse de un ordenamiento anacrónico que ha empobrecido a la nación en los órdenes material y espiritual durante los últimos 53 años.
La disidencia y la emergente sociedad civil, considerable sector de la población que se ha mostrado como el más interesado en materializar los necesarios cambios que necesita el país, impulsa proyectos que llaman la atención de algunos compatriotas dentro de Cuba. Sin embargo, donde más han calado estos positivos y democráticos planes ha sido en el exterior y eso hay que reconocerlo.
Ante esta situación se impone analizar con objetividad la respuesta a una obligatoria interrogante: ¿cómo lograr un cambio pacífico hacia un estado democrático y de derecho? Es aquí donde el pueblo cubano, en especial la disidencia, debe colocar sus cinco sentidos.
Se sabe que el sistema actual no funciona y que es necesario cambiarlo, pero los disidentes no han logrado, (más allá de la sacrosanta unidad en la diversidad, tan cacareada), ponerse de acuerdo en lo fundamental: el cómo.
Muchos métodos y formas tácticas podrán emplearse para transformar la sociedad en todos los órdenes. Sin embargo, existe una vía estratégica ideal, que hasta la fecha ha sido universal, para lograrlo: crear una sólida base social que sirva para respaldar los programas de la disidencia. No olvidemos a aquel filósofo alemán, Carlos Mark cuando dijo que una idea cobra fuerza material cuando se apodera de las masas.
Por el sendero de la radical transformación social se podrá transitar, con paso seguro y rápido, sólo si se crea una base social que involucre a un amplio sector de la población consciente de la urgente necesidad del cambio.
Para lograr este propósito resulta obligatorio comprometer a la ciudadanía con los proyectos de la disidencia. Es necesaria una información veraz de lo que acontece dentro de la isla y en el exterior, pero además, es imprescindible una sana complicidad de los ciudadanos con el accionar de la oposición.
Esto se traduce en el cumplimiento de tareas simples o complejas, según las circunstancias y el nivel de concientización de los actores de la sociedad civil, que involucren a la ciudadanía en la labor que se realiza a favor de las mencionadas transformaciones. Ejemplo de ello: la distribución de información y literatura alternativa, la firma de peticiones que se presentan ante la opinión pública o las autoridades, la búsqueda de información sobre el accionar de los represores, etc.
No basta con informar a los ciudadanos, aunque eso es muy importante. Hay que entrenarlos, de una manera inteligente, para que participen en estas labores, en la medida de sus posibilidades, desde los centros de producción, las calles o las instituciones de servicio.
Los miembros de la disidencia deben medir bien sus pasos a la hora de realizar eventos y protestas públicas que en muchas ocasiones resultan casi suicidas porque no siempre tienen el respaldo activo de la población.
Debe ser el pueblo el principal actor en la gigantesca lucha por el cambio y no la disidencia. A esta última le corresponde la honrosa y difícil misión de educarlo y entrenarlo para presionar a las autoridades gubernamentales con el fin avanzar hacia el establecimiento de un estado de derecho.
Ninguna dictadura, ni de derecha ni de izquierda, sede si no enfrenta un amplio movimiento de masas, cuyos integrantes, conscientes de su labor liberadora, demuestran con su accionar estar dispuestos a reclamar su derechos, aunque pongan en riesgos sus vidas. La historia de la humanidad así lo confirma.
Crear una base social (popular) es la principal misión que hoy tiene la disidencia en Cuba. ¡Basta de protagonismos bien o mal intencionados! Es esta la única vía estratégica para acelerar la necesaria transición.
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